martes, 2 de marzo de 2010

Dos mundos



Pintoresco es Medellín en la noche, sus calles se llenan de colores veraniegos y aún en invierno el colorido es fundamental. La noche aquí se viste de gala, se viste de fiesta, de rumba nocturna, de alcohol y de baile; por donde quiera que se pase un viernes en la noche, la música al máximo de volumen enciende los motores y una sensación de éxtasis total envuelve hasta el más introvertido.

Medellín siempre ha sido una ciudad de contrastes hasta para la rumba, pues las diferentes ideologías sociales y culturales hacen que la polis se divida en dos, dos ambientes que son tan distantes uno del otro pero que pueden congregarse en puntos tan cercanos como lo son el Parque Lleras y el Parque del Poblado.

Estos dos simbólicos edenes se ubican en toda la calle 10, entre la avenida Las Vegas y La trasversal inferior, más o menos. Su espacio físico consiste sólo en una extensión de tierra relativamente pequeña, con una estatua o algo conmemorativo, historia que se rehúsa a pasar desapercibida y a perder su importancia como centro y aledaño a él un sinnúmero de árboles que dan cierto frescor y tranquilidad al pasar agitado de los automóviles y al cemento estresante.

En la periferia de cada parque hay entonces una serie de mini paraísos de los cuales se desprende la melodía de las ninfas, cada una con un estilo definido según el gusto de la persona a la que va dirigido, asimismo, se diferencia también la estética corporal porque no es lo mismo estar en el edén superior que en el inferior, y no es que sea cuestión de jerarquización o de importancia, quizás se trata más de una cuestión geográfica, puesto que la 10 es una calle que posee una leve inclinación que conduce hacía las montañas sureñas del Valle de Aburra. Dos cuadras y una avenida principal los separan, pero pareciese que fueran más bien kilómetros y es ahí donde se hace el hincapié: ¿Por qué dos sitios relativamente cercanos se encuentran aislados como si fueran dos lugares paralelos, jamás encontrados?

Ese contraste entre un sitio y otro hace la que ciudad se vuelva una jungla, donde diferentes animales buscan subsistir sin entrometerse en la dinámica normal del otro, eso puede verse y pasa realmente porque una nube envuelve cada lugar como si este fuera una burbuja impenetrable. Las gentes que en cada sitio se aglomeran y han de sentirse extraños, como bichos raros, si pisan al menos una décima parte del terreno no correspondido, pero aún así sigue existiendo esa alegría cromática de múltiples matices que encierra un viernes en la noche. Sería fascinante, o tal vez excitante, poder vivir cada parte del ecosistema como una totalidad pero parece que es todavía más apasionante hallarse en dos universos paralelos.

El Parque de El Poblado, es al fin y al cabo el parque del relajo, de la joda y la cerveza fría, el Anfitrión de maracuyá y el moscatel; es el nirvana de los amantes del rock, el reggae y la salsa manriqueña, de los aventureros que buscan un lugar en el cual olvidar las guerras perdidas o arriesgarse en otro suceso. Es el lugar de los caza’os, de las empanadas de 300, de los shoots prohibidos en el atrio de la iglesia y los cocteles granizados. Confluyen todo tipo de personas, personas que no tienen miedo de mostrarse “tal y como soy”, que no les importa sentarse toda una noche en una acera o en el suelo a reír o simplemente a pasar el rato.

Los jeans, los converse y la ropa oscura es lo que más se ve; mujeres con looks modernos y desordenados que evocan libertad se apropian de cada esquina, estilos retro y “alternos” de igual forma lo hacen. Los establecimientos se llenan hasta el tope, centenares de personas se acumulan en las esquinas y los comederos callejeros empiezan a propagar su olor llameante por los vientos como invitando a probar los más deliciosos manjares griegos, butifarras, carne con arepa, perros y hamburguesas con gaseosa, son parte de las delicias de la zona.

La ambientación de los sitios es básica, sillas, mesas; sin embargo son las paredes las que están marcadas de anécdotas y las que esconden toda clase de historias, porque estos espacios no son nuevos, algunos tienen 18 años como el bar Los Saldarriaga, cuenta Oscar Saldarriaga, dueño del bar, que es un lugar muy visitado toda la semana pero que siempre lo hace la misma gente. La terraza de su bar es quizás la más popular y sus paredes están llenas de fotos de los mismos individuos que van cumplidos cada ocho días, como si fuera una obligación.

Guitarras y sonidos armoniosos pueden escucharse, versos de Calamaro cantados por sus más fieles seguidores y una multitud que se amontona para oírlas. Espectáculos diversos amenizan la noche de un viernes, contando con suerte y si la lluvia lo permite podrías fácilmente ver bailar a algún loco desquiciado que no tenga miedo de hacer el ridículo frente a los que se encuentran ahí.

Pero el más grande dilema empieza entonces cuando a unas pocas cuadras se vive el otro mundo, el polo opuesto del Parque El Poblado. El Parque Lleras, el lugar donde llegan los más hermosos de la ciudad, donde basta con sentarse unos minutos para empezar a ver los más esculturales cuerpos. Pareciera que hemos llegado al mundo donde todo es de plástico, en el que la rumba ahora la viven hombres y mujeres portentosos de nuestro medio, quienes con cócteles en su mano, discuten temas de conversación que sólo a ellos interesa.

Allí se conocen los últimos modelos de carros, aquellos con lo que muchos suelen conquistar. La moda es el centro del lugar, la que se lleva la atención, la que viste los más perfectos cuerpos y hasta los que carecen de belleza, los vuelve aptos para el lugar. Moda, licor, poder, dinero y sexo son los protagonistas del Parque Lleras. En este lugar no cualquiera puede estar, se necesita la licencia que el dinero da.

En el centro del parque quizás no sea posible percibir la letra de las canciones que emana de todos los 40 establecimientos, es necesario empezar a entrar no solo para entenderla sino también para ingresar en los pequeños y exclusivos espacios que allí hay, son los lugares que se definen por una manera de celebrar.
Pareciera que el parque Lleras se convierte cada viernes en la noche en el anhelado paraíso de descanso de todos los ejecutivos, estudiantes de universidades privadas y ricos de la ciudad, en el consuelo para trabajar y estudiar toda la semana. Es el lugar donde se respira libertad, jolgorio y rumba.

Sin embargo, hay algunos, que con ansias de conocer ese otro mundo de influencias y dinero, logran adaptarse a aquel famoso y tradicional parque, aunque no pertenezcan a él, ese al que no todos pueden llegar porque no todos son aceptados. Es ahí donde fácilmente se puede notar la pirámide invisible que nuestra sociedad consumista con el paso del tiempo ha ido reafirmando. La pirámide donde los más grandes y poderosos se encuentran en la cúspide.

Si alguno de nosotros decidiera ir a una enorme pasarela en donde confluyen múltiples estilos, basta con ir al parque Lleras. En él la noche siempre es joven, el tiempo no transcurre con la misma velocidad, a las 12:00 am, se dice que la rumba apenas comienza. Porque al ingresar a él, se dejan afuera todas las responsabilidades y problemas, aquí solo hay espacio para la risa y la alegría. Todos esperan amanecer en compañía de todos.

Es el lugar apropiado para sacar a relucir todo lo exclusivo y diferente, los mejores diseños, los mejores autos y hasta las mejores novias son las que hay que hay que mostrar el viernes en la noche. Solo basta con tener dinero para hacer todo lo que deseas.

El parque Lleras carece de ese relajo que identifica al parque de El Poblado, sin importar a que distancia se encuentren las condiciones para ingresar a ellos cambian drásticamente, las exigencias pertenecen a clases sociales muy distantes. Es una línea imaginaria que todos han construido poco a poco y que al parecer es imborrable.
Es la noche en el parque la protagonista de las más estremecedoras historias y de los más locos acontecimientos.

Tal como aquella mujer que en busca de dinero y reconocimiento se dirige al casanova del lugar, al que llegó en el más lujoso auto, el que desprende los mejores olores y viste las mejores prendas, es él el que sin problema alguno puede atrapar a las más hermosas mujeres. Sin importar decide pasar una noche de pasión con la plena incertidumbre de lo que pasará mañana. La que solo por pasar unas pocas horas en el mundo de sus sueños decide entregarlo todo, a cambio de unos cuantos pesos.

Pero también existen aquellos hombres que sin tener nada deciden abarcarlo todo solo con la ayuda de las apariencias que logran engañar a muchos, pero que solo pueden vivirlo por unos instantes, el mundo imaginario pronto se esfuma.

El parque Lleras guarda en lo más profundo ese sinfín de historias que todos llegan a contar el lunes a la oficina o la universidad, es el fiel testigo de las aventuras que todos quieren vivir en el transcurso de la noche, es el protagonista y el cómplice de los deseos ocultos.

La distancia no hace la diferencia, las diferencias se hacen presentes aún en el mismo lugar, los deseos y las intenciones son como la huella digital, jamás se podrán igualar. Es esto lo que nos hace vivir y conocer mundos o espacios diferentes a los que quizás con facilidad nos adaptamos y que sin darnos cuenta empiezan a forjar en nosotros estilos diferentes.

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